"We all deserve to die(...) even I." , Sweeney Todd.
Avui publico un relat que vaig escriure fa molt poc. Un dia, en una conversa amb un amic, va sortir la paraula "misantropia". De seguida em va fer pensar molt i em va servir d'inspiració per a aquest relat. D'alguna manera va fer que donés forma a la meva opinió sobre aquest concepte, que no m'havia aturat a analitzar mai. Em va sorprendre gratament descobrir que, sense haver-hi pensat gaire, tenia una opinió força clara del que aquesta paraula significava per a mi. Suposo que cada dia podem aprendre coses noves sobre nosaltres mateixos.
Així que moltes gràcies per servir-me d'inspiració.
Aquesta és la primera de les cartes que l'Iván li envia a l'Ana... ja en vindran més. Ells són la meva veu.
Espero que us agradi!
Querida Ana,
Hoy hace mucho frío aquí. La verdad es que sólo en días como este me doy
cuenta de que, de alguna manera, echo de menos estar en casa, y a la vez no me
iría nunca de aquí. Cuando hemos salido de la universidad estaba lloviendo. Me he
dejado el paraguas en el piso, como todos los días en que se pone a llover.
Hacía ese olor a lluvia parisina que tanto te gusta. He pasado por delante de
esa cafetería de la que siempre te hablo pero nunca entro porque es imposible
encontrar una mesa vacía. Me he parado a mirar los pastelitos del escaparate y,
¿sabes? Curiosamente, hoy había una libre. No me lo he pensado más y ahora
estoy sentado en ella, tomando un café con leche y mirando de vez en cuando a
través del escaparate, quizá con la esperanza de verte aparecer por aquí. Pero,
pensándolo bien, ¿no te escribo para hablarte de café y lluvia, verdad? Claro
que no. Tú quieres saber cómo estoy, si estoy aprendiendo mucho, si me he
gastado mis ahorros en cabareteras o cuánto te echo de menos. Pues de momento te
contestaré a lo segundo: estoy aprendiendo mucho, pero sobre mí mismo. La
universidad es lo mismo que en casa, solo que lo dicen todo en su correctísimo
francés que a mí me suena más que repelente. Pero hoy, en la clase de
filosofía, ha venido un profesor sustituto. Sólo con su presentación ya me he
dado cuenta de que los cincuenta minutos que quedaban de clase aportarían más a
mi vida y a mis conocimientos que mi profesor habitual en todo un puñetero
curso. Solamente entrar ha escrito su nombre completo en la pizarra y nos ha
soltado: “Buenas tardes, chicos. Me llamo Mathieu, y soy un misántropo”. ¿Te lo
puedes creer? Así sin más, y con un francés no tan correcto como el del resto
de profesores, por cierto. Me he sentido tan sumamente identificado con él que
he tenido que reprimirme para no levantarme a abrazarlo, y hasta le he
perdonado ese estúpido nombre francés que tiene. La clase entera era un
murmullo del que sólo se entendía la palabra “misántropo”. Todos cuchicheaban;
la mitad porque no sabía lo que significa esa palabra, y la otra mitad porque
desaprobaba totalmente que lo hubiera confesado sin reparos. Y él nos miraba,
con media sonrisa en los labios. A estas alturas ya se había convertido en mi
héroe. Cuando he salido de clase aún me daba vueltas la cabeza. Ya sabes tú que
cuando pienso mucho en algo me llena el cerebro y tengo que sacarlo, y como te
echo mucho de menos, te ha tocado a ti. Ana, ¿es malo ser un misántropo? Por
supuesto que no. Hoy en día todo el mundo debería serlo. Pero en cambio te
miran con mala cara cuando lo dices. ¿Por qué? Que no odio a las personas,
carajo. Odio a la gente. No es tan difícil. Bueno, dicho así, queda mal, lo sé.
Pero tú me entiendes… tú siempre me entiendes. Es ese sentimiento de
superioridad que tenemos todos clavados en la mente, y me temo que también en
el corazón. De que somos inteligentes, de que somos los amos de la Tierra, de
que podemos con todo. Esa idea de que podemos meter a un canario en una jaula y
esperar que nos despierte cada día con una melodía alegre. Si digo muchas
chorradas, párame. O simplemente deja de leer. Pero tengo muchas preguntas
sobre nosotros, los humanos, que no consigo responder yo solo. Pues es ese
sentimiento de superioridad el que me fastidia, ese poco respeto que hemos tenido
siempre hacia el resto de especies del mundo y, sobretodo, hacia nosotros
mismos y hacia lo que hacemos. Porque tenemos que destruirlo todo, ¿sabes? Lo
tenemos como incrustado dentro. El impulso de (auto)destrucción, quiero decir.
¿Que las plantas nos dejan respirar? Pues nada, las quemamos. ¿Que tenemos
problemas con los vecinos? Los matamos. Luego nos sentimos mal y lloramos
cuando lo vemos por la tele, pero lo hemos hecho nosotros. Me hace gracia que a
veces, cuando hay esas masacres que te ponen los pelos de punta, los asesinos
te salgan con que lo han hecho porque “odian a la raza humana”. Pues aplícate
el cuento, figura. Que son misántropos, dicen. Qué gracia. Es complicado
colgarte ese cartel a ti mismo y darte cuenta de que formas parte de lo que odias.
Un poco espeluznante. Pero muy humano, también. Y ahora que lo veo escrito,
algo contradictorio. Déjame decirte, por si acaso estuvieras pensando en
cogerte un vuelo y venir a París a evitar que haga una tontería, que no hay de
qué preocuparse, al menos conmigo. Me gusta vivir, y ya sabes que aquí estoy
bien. Dejo todo eso de la misantropía para el ámbito filosófico, porque no es
nada práctico vivir así. Pero ahí está. He terminado el café, y fuera sigue
lloviendo a cántaros. Tengo frío aquí. Le he pedido a la camarera que suba la
calefacción. Me ha mirado con mala cara y me ha ignorado. No sé si es porque no
me ha entendido o porque es así de zorra. Para que luego me pregunten que por
qué soy misántropo. Me voy a ir.
Ah, y no te preocupes, que a ti te sigo queriendo igual.
Siempre tuyo,
Iván.
Eva.